Analizaron en un seminario internacional de qué manera puede el séptimo arte recuperar el poder de seducción que algún momento ejerció sobre el público. Este año hubo 1,5 millones de espectadores menos que el anterior.

Cada vez hay más butacas vacías en las salas de cine argentinas. Este año hubo 1,5 millones de espectadores menos que el anterior (una caída del 38%). Los tickets vendidos cayeron de 42,2 millones en 2004 a 33,2 millones en 2007, y la facturación pasó de $366 millones a $325 millones.

 

¿Cómo frenar esta tendencia y recuperar el poder de seducción del séptimo arte? La pregunta resonó durante el seminario internacional «El futuro del cine», que organizó el MBA en Entretenimiento y Medios de la Universidad de Palermo. Durante la jornada expertos analizaron aspectos legales, comerciales, financieros, de distribución y de exhibición de este sector que en la Argentina produce entre 60 y 70 largometrajes anuales.

No fueron pocos los especialistas que remarcaron el peso que tienen las políticas públicas a la hora de explicar la subsistencia y el desarrollo de la industria. Además, remarcaron que la cuota de pantalla sigue siendo el centro de una dura puja entre distribuidores y exhibidores. Otros apuntaron que falta una visión estratégica y nuevos mecanismos de financiamiento.

 

Dado que directores y productores se rompen la cabeza para descubrir cómo volver a cautivar al público, las estrategias novedosas para promocionar lanzamientos cobran un rol fundamental. Pablo Ozu, profesor de la maestría, consideró que deben explotarse tácticas de promoción como el marketing de guerrilla y las instalaciones y puestas en escena en lugares públicos que apelan al boca a boca positivo a la hora de instalar un producto. Ozu puso como ejemplo de éxito de venta que tuvo la película de Juan Taratuto «No sos vos, soy yo».

Alejandra Ungaro, directora de Industrias Creativas del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, hizo un análisis de las fortalezas, oportunidades y debilidades de la industria en la Ciudad. Entre las fortalezas incluyó «el talento, el nivel tecnológico, la inserción en el mundo, la diversidad de locaciones y modelos, la concentración de la producción de cine, la población de alto poder adquisitivo, y la concentración de espectadores».

 

Entre las debilidades, mencionó «la complejidad de las normativas y trámites, los problemas para instalar estudios de filmación, la carga impositiva y las dificultades de las productoras para conseguir personal acorde a sus necesidades». Al hablar de oportunidades señaló: «El crecimiento del mercado internacional, la revolución digital y la industria de cine de exportacion».

 

Al Lieberman, director del MBA en Entretenimiento y Medios de la New York University y profesor del programa de la UP, destacó que «en los Estados Unidos el cine es el motor de todas las industrias de entretenimiento». El docente también subrayó el rol que tendrá la tecnología en el futuro próximo. «La oportunidad es digital, y va a ser como mirar la TV sólo que en una pantalla grande. Alguien va a presionar un botón para mandar una película al satélite y la van a descargar en un disco rígido», pronosticó.

 

Una pelea despareja

 

Al discutir sobre financiamiento, varios especialistas se detuvieron a analizar la industria local, a la que compararon con la cinematografía del exterior. Dijeron que el presupuesto del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) debe ampliarse y que es necesario desarrollar nuevas formas de financiamiento privado, como los fideicomisos financieros.

 

«Como ejecutivo pude trabajar en uno de los grandes estudios, Dreamworks, y ahí conocí cómo se financian las majors. Ningún estudio pone dinero en sus películas, la plata viene de los bancos y de los fideicomisos», afirmó Daniel Botti, CEO de Cine.ar SA.

Pero si la industria enfrenta por un lado el desafío de encontrar nuevas vías de financiamiento, por el otro el Estado necesita recuperar el rol que tiene como propulsor de esta actividad cultural. Para algunos especialistas son las políticas públicas de largo aliento las que explican el crecimiento y la pasividad de la induistria en otros países y la peor performance de la Argentina.

 

«Un sólo país concentra los mercados mundiales en un porcentaje de un 70 a un 90 por ciento, siempre cuando el país receptor produzca cine. Si no lo hace, esa barbaridad cultural se profundiza, haciendo desaparecer no sólo un sector económico de representación económica si no, lo que es peor, un espacio de representación de la propia cultura. Sólo el 1% de los latinoamericanos ven películas de países de su región», dijo la cineasta Eva Piwowarski, funcionaria del INCAA.

 

 

 

«¿Alguien conoce películas de Ecuador, Tanzania o incluso Portugal? Esto pasa porque no hay cine en los países donde el Estado no toma la decisión política de fomentar la actividad», opinó Marcelo Altmark, productor cinematográfico, para quien «la industria norteamericana es mucho más poderosa por su capacidad de distribución que por su capacidad de producción».

 

«Yo no quiero que seamos patriotas porque vemos cine argentino, sino que veamos cine argentino porque nos gusta», dijo el productor, que también señaló el surgimiento de «un fenómeno nuevo, interesante: la generación de unas 20 o 30 Pyme en los últimos siete años. Pequeñas y medianas empresas cinematográficas como la de Daniel Burman que han hecho películas con éxito de público y convenios de cooperación».

Para el productor Carlos Mentasti, gerente general de cine de Telefé, «hacer cine en Argentina es un milagro». El productor, que este año estrenó «Superagentes, nueva generación», con un presupuesto de 4,3 millones de pesos, se quejó de que «las productoras norteamericanas vienen y arrasan con nuestros técnicos porque pueden pagarles en dólares».

 

Nada sucede por casualidad

Otros eligieron poner el acento en explotar las potencialidades de la industria argentina, antes que en las políticas de protección ante los contenidos extranjeros. Oscar Azar, un abogado que hace 28 años se dedica casi exclusivamente al derecho del cine, señaló: «No hay ningún país que produzca más ni mejor cine que el que se propone, que el que su política de Estado se propone. El cine siempre tiene atrás una política de Estado y este camino lo arrancaron en 1922 los norteamericanos, que llevan casi 80 años de políticas consecuentes. No es una casualidad, no es un problema de que dominen el mercado mundial, es una consecuencia», dijo.

«Durante la segunda guerra mundial nuestro cine era el que más se veía en América, el norteamericano era segundo, pero eso se perdió. En 1959 se creó el Incaa (con un presupuesto de u$s40 millones anuales), cuando ya habíamos perdido el mercado latinoamericano. Tenemos una política de producción, pero ninguna de comercialización ni industrial», abundó Azar.

 

«¿Qué es tener una política de comercialización? Podría describir varias pero digamos que lo primero es tener un responsable y un presupuesto. Las medidas de las cuotas de pantalla, que además no se cumplen, son pequeños instrumentos de medidas en el aire», agregó el abogado.

 

Azar también hizo algunas cuentas sencillas: «El cine mueve u$s25.000 millones al año, según los americanos. Nosotros no sabemos cuánto exportamos o comercializamos, pero andaremos por los u$s5 millones, sin embargo producimos el 3% de todas las películas que se hacen en el mundo. Nuestro 3% debería ser de US$ 700 millones, y sólo tenemos u$s5 millones».

 

Para el abogado Juan Félix Memelsdorff, el país tiene grandes ventajas competitivas que hasta el momento no se han sabido aprovechar: masa crítica de talento, un equipamiento importante tanto para cine como para televisión, una gran diversidad de paisajes y locaciones, diversidad racial y contraestación con el hemisferio norte para las producciones que buscan ganar tiempo.

Pero Memelsdorff también señaló las desventajas: «Las reglas cambiantes para el desarrollo de una actividad que lleva tiempo; la inflación en pesos y en dólares; un esquema impositivo y aduanero que no contempla esta actividad; la actitud de los participantes argentinos que suelen ver esto como una fuente de ingresos a corto plazo sin ver la trascendencia que tiene; a nivel local, las dificultades para obtener los permisos de filmación; y el transporte al interio, que se han complicado.»

 

Sobre algunas cosas no hubo dudas. Los especialistas en legislación cultural coincidieron en la necesidad de actualizar la ley de cine, que data de 1968.